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La noche de Tanti

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Me encontraba sentado en el sillón, mirando tele y disfrutando de la “quarantine”, cuando de pronto suena el teléfono y en la pantalla veo la fea cara de mi gran amigo Pato, presagiando ya una buena charla.

HP: ¡¡Hola Pato!! ¿Cómo andás?

PB: Bien. Te llamaba para pedirte algo.

HP: Lo que sea. ¡¡¡Pida nomás!!! (no le arrugo nunca a ayudar a un amigo)

PB: Quería que comenzaras a escribir para PromotoNews.

HP: ¿Escribir? Acá dudé si había hecho mal en decir “lo que quieras” o si simplemente el error fue responder la llamada. ¿Pero de qué querés que escriba? Yo ya no escribo sobre motos casi nunca. Ahora estoy escribiendo otras cosas, me volqué más a la ficción y a otras cosas.

PB: Vos escribí de lo que se te de la gana. Aunque sea una historia de terror. Pero quiero que escribas para mi sitio.

HP: ¿Puedo escribir ficción? ¿Puedo escribir lo que se me dé la gana?

PB: Si. Pero hacelo ya porque quiero publicar una nota tuya antes que Marc se cure de la caída del otro día…

HP: Bueno, quédate tranquilo. En un rato te mando una historia.

Apagué la tele, me fui hacia el computador y me senté a mira la pantalla mientras en mi mente circulaban muchas cosas que a uno le han pasado en la vida y pensé… ¿Y si cuento cosas que pasaron? Y en la pantalla se comenzó a escribir una historia. Una historia de terror que bien podría ser el peor de los temores de todo motociclista. Una historia de esas que te hacen preguntarte cómo llegaste allí… Y por qué estás sentado a la vera de la ruta en una hermosa, estrellada y calurosa noche de verano… totalmente empapado.

Esa es la historia de hoy…

La noche de Tanti

Ésta es una de las historias más terribles que he vivido sobre una moto. Una noche abandonado en la ruta… expuesto a cosas inimaginables… Una historia de terror donde lo sobrenatural era lo más natural que podía pasar. Voy a contar el siniestro suceso conocido como «La noche de Tanti«.

Enero de 2015 – En las afueras de Tanti, Córdoba

Estoy sentado aquí. A 20 metros de la ruta y con la moto junto a mí. La noche está hermosamente estrellada, hace mucho calor y yo estoy totalmente empapado. Toda mi ropa, el casco y la moto estamos mojados. Y ahora me pregunto si todo lo que sucedió no habrá sido como dice la película “A Series of Unfortunate Events” (Lemony Snicket’).

El día había comenzado en Termas de Río Hondo donde hicimos noche volviendo del NOA. Luego de una noche con lluvias, las motos estaban bien bajo un techo así que no nos preocupó. Y tras los aprestos habituales, partimos con destino a Córdoba y una vez en esa provincia veríamos dónde ir. Como muchas otras veces, éramos dos matrimonios en un par de motos y sin destino obligatorio.

Más allá de un automovilista que no usó los espejos y casi se lleva puesta a la otra pareja, y de una “infernal cola bajo el sol” para carga combustible en la YPF de “Agua de Oro” en la frontera provincial, Todo vino perfecto hasta que llegamos a la “zona salaminera” (Colonia Caroya).

Debido a estar muchos días viajando y en lugares agrestes, no estábamos informados que ese “sábado” era la noche central del Festival de Doma y Folclore de Jesús María. Y cuando nos dimos cuenta ya era tarde. Una eterna y maciza cola de autos ocupaban toda la ruta en sentido inverso al nuestro y decían que era así por unos 60Km… Bien. Para algo está la banquina y estamos en motos MaxiTrail.

Así fue que luego de una serie de situaciones que no vienen al caso, decidimos separarnos por ese día. Ellos irían a Carlos Paz y nosotros a Tanti y al día siguiente nos encontraríamos. Así “a contramano del tránsito” iniciamos los escasos 80Km hacia Tanti y ellos intentarían usar otra ruta más larga pero que se suponía con menos tránsito.

Más de 3 horas. Eso fue lo que tardamos llevando a momentos la moto en primera por la banquina y discutiendo muchas veces con policías de tránsito que tenían orden de que todos los vehículos fueran hacia Río Tercero y ninguno hacia Córdoba capital (un festival es algo prioritario para ellos, si vos no querés ir no es problema de ellos).

Llegamos a Tanti cerca de las 9 de la noche. Y allí, mucho más relajado levanté la visera del casco y le pregunté a Gisela “¿cuál es la calle de la casa de tu prima?”. Hasta ese momento Gisela solo había abierto la boca para acompañar algún gesto mío sobre los ancestros de los automovilistas que varias veces estuvieron a punto de embestirnos porque “nosotros” no íbamos para el festival. Así que ella venía atenta al viaje y la respuesta no se hizo esperar: “No tengo idea, no vine nunca de noche y no me ubico”.

Chan… No era la respuesta que yo esperaba. Bueno, sabíamos que era antes de llegar al pueblo, que era “a la izquierda” y “cerro abajo”. ¡¡¡Tan difícil no debía ser!!!

Los diálogos eran constantes “¿te suena por acá?”. “No sé, puede ser”. “a mí me parece”. Y frases así que, minuto más o minuto menos, nos llevarían a destino. Así que “donde me pareció conocida la salida”, puse el giro y allá vamos.

De pronto una bifurcación. A la derecha con curva y si seguía derecho se veía un pequeño cartelito “casero” (muy parecido a esos que hacen los propietarios y que dicen “alquilo casa” en esas zonas turísticas). Y yo digo “¿llegaste a ver que decía el cartel?”. Y mientras escuchaba “¿qué cartel?”, el mundo aumentó la gravedad. El planeta de pronto se puso extremadamente pesado y mientras la moto (que bajaba relajada en 2ª regulando) se puso lenta, comenzamos a hundirnos.

Sí a hundirnos. Todo ello sucede en solo 3 o 4 metros y mucho menos de un segundo. Un segundo en el que intentas acelerar y ya no hay torque porque el motor ha caído debajo de las mil revoluciones. Un segundo en que no sabes por qué “la moto comienza a apuntar mucho más en bajada”. Y de pronto el motor se detiene, tus pies buscan el suelo y lo encuentran muy cerca y esponjoso… ¿y la moto es más petiza?

No. No ha cambiado la moto. Ha cambiado el suelo. Te has hundido hasta la mitad de las ruedas… Estamos en un “guadal”, “fesh fesh” o como quieras llamar a un “banco de arena”. Son como las 9 de la noche, estamos en “algún lugar en Tanti” y nos hemos enterrado.

Por supuesto que estallé contra todos los bancos de arena del Universo. Gisela es una mujer que siempre toma decisiones acertadas y ésta vez también tomó la mejor decisión del momento y se fue lo más lejos posible de la moto (en realidad de mí). Salió de la floja arena evitando hundirse y caminó “cerro arriba” media cuadra. Mientras tanto, desde los chalets entre los árboles se veían cortinados que se abrían un poco solo para mirar al loco que gritaba como Shrek parado junto a una moto “donde ellos sabían que no había que meterse”.

Bien. Apagué todo, retiré las maletas y comencé a caminar “calle arriba” para ir dejando todo junto a ella y poder así mover “el menor peso posible”. Y en eso… mientras bajo caminando hacia la moto a buscar más carga, veo nuevamente el cartelito que ya cité y me acerqué a verlo bien pues, desde lejos, no se llegaba a leer. Estaba muy bien hecho. Era muy bonito y prolijo hecho seguramente por los vecinos con mucha dedicación. Bien pintado con fondo blanco y pequeñas, pero muy prolijas, letras en gris que decían: “calle cerrada – banco de arena”.

Retirar la moto no fue fácil ni se hizo en pocos minutos. No hubo otra opción que “hacia atrás”. Me costó. Me costó muchísimo pero la llevé hasta que la rueda trasera mordió firme. En ese momento la de adelante no la soportó y lentamente escoró hasta que con suavidad apoyó en la blanda arena. El éxito estaba cerca solo debía levantar la moto, no usar la muleta, sostenerla mientras me subía sin hundirme yo en el banco de arena y poner primera y salir hacia el costado.

Finalmente logré montar la moto y evitar que mis pies se hundieran y volviera a caer. ¿Cómo se apagaba el control de tracción? A ver… esto es el mapeo de la inyección… Esto es otra cosa… Esto es para poner en hora el reloj… Maldito tablero lleno de botoncitos, con algo apagaba el control de tracción y no me acuerdo. Acá está… modo uno, modo dos… ¡¡¡Sin modo!!! Listo. Ya puedo “cruzar la moto” haciendo patinar la rueda trasera y que la delantera no gire!!! Ahh pero olvidé apagar el freno unificado… si toco la maneta la rueda trasera también va a frenar. Las motos “muy asistidas” me encantan, pero ponerme a leer el manual casi a las 10 de la noche en un cerro…

Finalmente, el monstruoso torque de la SuperTénéré 1200 me permitió sacarla del fesh fesh y sin detenerme subí esos pocos metros por el camino hasta donde estaba la flaca y la carga. Coloqué las maletas y tiré sobre el asiento trasero las camperas y cascos. Solo quería llegar de vuelta arriba para detenerme en plano y revisar y acomodar todo (eran apenas 60 metros). Primera… y Gisela venía caminando detrás. Esquina con un enorme y muy viejo chalet al lado de la ruta e iluminado muy bonito, giré a la derecha, pasé junto a una camioneta estacionada en su puerta y me detuve delante.

¡¡¡Fin de la odisea!!!! ¿¿Fin de la odisea???

Mientras ella llegaba me bajé y me dispuse a cambiarme la remera porque en la cálida noche de verano había transpirado tanto como lo que renegué. De pronto me doy cuenta que el tiempo pasa y no llega. Entonces miro hacia la esquina y no la veo. Y lo primero que pensé fue “me olvidé algo y se quedó cuidando”… voy a la esquina y nada… Gisela no está.

Claro. Del otro lado de la ruta hay un almacén. Cruzó para comprar algo. Y yo también cruzo para agregar una buena dosis de algún jugo de fruta o algo así. Imaginen a esa hora que entro a un almacén sobre la ruta y comienzo a mirar a todos una y otra vez… un tipo que camina por dentro del local mirando a la gente a la cara y sin hablar. Hay una película en la que una persona entra a un local sobre la ruta y desaparece. Pero yo no la había visto. Y por eso no pensé que ella había desaparecido.

Como evidentemente no había ido allí, compré una botella de “Jugo de durazno” y salí esperando verla junto a la moto. Pero no. No estaba ni allí ni a la vista. Aun no sospechaba que había desaparecido.

Bueno, lo mejor es no moverme de junto a la moto. Ya va a aparecer.

Las noches de verano en las sierras de Córdoba son hermosas. En especial en esa zona donde en medio de la serena noche se escuchan las explosiones en las lejanas canteras. ¿Canteras un sábado como a las 22:00? No eran explosiones. Eran truenos que provenían de nubes detrás del cerro. Minutos después comenzó a llover unas enormes gotas mientras los rayos cruzaban el cielo. El mundo “se venía abajo” con fuertes ráfagas de viento. Lluvia copiosa y helada. Acompañada de rayos que cruzaban el cielo y amenazaban con caer y convertir a la moto y a mí en carbón para la parrilla.

Y los minutos seguían pasando y yo estaba solo. Totalmente solo en medio del cerro y la flaca no aparecía. En ese momento comencé a sospechar que algo había pasado. Pero así como llegó, la tormenta cruzó hacia otro cerro y las estrellas comenzaron a brillar mientras la tierra, que el calor del día había sobrecalentado, saciaba su sed y solo quedaba como muestras del infierno desatado una moto y un hombre sentado junto a ella. Totalmente empapados.

El tiempo en una noche hermosa no es lineal, se dilata y contrae de acuerdo a las estrellas o los lejanos relámpagos y ello te hace perder relación con el tiempo que ha pasado y con la, o las realidades, que pudieron haber pasado. Ya no sabes qué hora es y no sabes muy bien qué ha sucedido. Lo único cierto es que ella desapareció en esa media cuadra. Que nunca llegó a la vera del camino y que han pasado tal vez un par de horas desde su desaparición. Y ella tenía mi teléfono en su bolsillo.

Tal vez debería pararme e ir hasta la moto y ponerla en contacto para mirar la hora… De pronto una pequeña moto tipo CG aparece. Y de inmediato reconozco a la prima de Gisela. Se detiene y exaltada me dice “¿Dónde fuiste? Te estamos buscando hace mucho”. Gisela dice que doblaste en la esquina y te fuiste… Me mira con asombro y me dice “¿dónde te metiste. Porqué estás todo mojado?”. Y yo preocupado quiero comenzar a contarle que nunca me moví de allí. Que hubo una tormenta terrible y que apareció de la nada como algo irreal. Y por supuesto que Gisela no aparece. Pero pone primera mientras dice algo sobre la comida…

La sigo, encara para el banco de arena pero unos metros antes, en la bifurcación, dobla y apenas segundos después estacionamos mientras todos me preguntan dónde me había ido. Intento explicar que nunca fui a ningún lado. Que me estacioné detrás de la camioneta de la casa de la esquina… y alguien me pregunta “¿Qué camioneta? Si el viejo chalet está abandonado y semi derruido hace décadas”. Me doy vuelta para señalarlo y mostrar la camioneta en su frente y sus ventanales iluminados. Y solo veo una vieja estructura de lo que antaño fue un típico chalet de veraneo… Pero totalmente oscuro y con los pastos que lo invaden a través de las ventanas que parecen agujeros más negros que la misma noche…

Ya pasó la medianoche… en la noche de Tanti…

Texto y Foto: Easy Writer – Horacio Portela

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